Desde hace años los traumatismos de la extremidad superior constituyen el 40% de las consultas de urgencia1, ubicándose en la primera causa de consulta por traumatismos2, las cuales incluyen desde un golpe, herida desgarrada, perforación por proyectil, mordeduras hasta quemaduras, comprometiendo estructuras óseas, musculotendinosas y nerviosas. Las secuelas derivadas de dichas lesiones pueden ir desde procesos cicatrizales inadecuados, hasta la amputación, siendo frecuente el compromiso nervioso que puede conllevar a la pérdida de la función motora, de la sensibilidad y trastornos simpáticos, dependiendo del nervio comprometido y del nivel donde se produce la lesión3, afectando la fisiocinética y subsecuentemente el rol del individuo como ser de interacción.